ixtac.mex.tl

Si buscas hosting web, dominios web, correos empresariales o crear páginas web gratis, ingresa a PaginaMX
Por otro lado, si buscas crear códigos qr online ingresa al Creador de Códigos QR más potente que existe


                     ARTICULOS                    

CHIKOMEXOCHITL

DIA DE LAS MADRES
 
CAPITALISMO Y DELINCUENCIA




CHIKOMEXOCHITL Y EL ORIGEN DEL MAÍZ EN LA TRADICIÓN ORAL NAHUA DE LA HUASTECA
Anuschka van ´t Hooft
Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad Autónoma de San Luis Potosí
 
Bueno, para nosotros, para toda la gente de esta
comunidad lo más importante es el maíz.
Porque sin el maíz no hay vida.
Puede uno tener frijol, puede uno tener jitomate,chiles, todo.
Pero si no hay maíz no come uno.
                                                     Por eso es lo más importante.

 
En gran parte de la Huasteca, los indígenas nahuas narran sobre cómo se originó el maíz. En estos relatos se habla de un muchacho, de nacimiento milagroso, y su abuela malvada quien lo quiere matar. Después de varios intentos, la abuela logra su cometido: desnuca al nieto y entierra su cuerpo en un lugar cerca del río. Es exactamente en ese lugar de entierro donde brota la primera planta del maíz que conocerá el mundo.

El muchacho que da origen al maíz con su cuerpo se llama Chikomexochitl, Siete Flor. Su nombre manifiesta ya que es un muchacho excepcional: Chikomexochitl refiere a un nombre calendárico que remonta a tiempos prehispánicos. Para los pueblos nahuas que vivían en esa época, el número siete era símbolo de conceptos como la abundancia, la semilla, el centro, la perfección y la ofrenda. Por otra parte, la flor era ―y lo sigue siendo para muchas personas― lo bueno por excelencia, implicando sabiduría, creación, amor, hermosura y belleza. De este modo, el muchacho reúne varias cualidades, la más destacada siendo su inteligencia; la gente dice que “es listo”.

Por lo general, los narradores del relato de Chikomexochitl hablan de que era un muchacho travieso que siempre estaba jugando, bailando, tocando música y cantando. Su abuela ―una tsitsimitl o anciana malvada, asociada con el Mal Aire― no lo quería porque se dice que “hacía mucho escándalo”. Ella concebía varios planes para deshacerse de él. Primero lo mandaba a lugares lejanos para que estuviera fuera de su vista. Pero Chikomexochitl siempre regresaba rápido y la abuela se cansaba de tenerlo cerca. Es entonces que lo empezaba a mandar a lugares peligrosos, donde, según ella, los animales salvajes lo comerían. Aún así, el nieto realizaba todas las encomiendas con éxito y no moría. Ninguna de las tareas peligrosas le era difícil. Se relata que Chicomexochitl le arrancó la lengua a un caimán, quien lo quería devorar, y que en el bosque se escapó de unas fieras que lo querían matar. Es más, debido a su gran inteligencia, el muchacho se vuelve creador, elaborando una sonaja de la tenaza de la acamaya que lo debería de haber devorado y pintando la concha de una tortuga servicial por lo que ahora las tortugas tienen el caparazón decorado. En algunas versiones del relato, Chikomexochitl es el agricultor que limpia el monte, siembra maíz y hace crecer a la milpa con una rapidez extraordinaria. En otras versiones, el muchacho provoca relámpagos con la lengua de un caimán quien lo quería tragar. También se cuenta que Chikomexochitl es el inventor de la escritura.

Cuando nada ni nadie puede vencer a Chikomexochitl, la abuela toma la iniciativa de matarlo ella misma. Un día, dice el relato, ella le “quiebra el pescuezo” y se deshace del muchacho. La anciana regresa cada rato al lugar donde había enterrado el cuerpo de su nieto para espiarlo y ver qué pasaba. Después de unas semanas, ella vio que había brotado una plantita de maíz, que crecía más y más, hasta que espigó y se dieron grandes elotes. Hasta tres elotes dicen que tenía la mata de maíz. Este maíz era Chikomexochitl.

El hecho de que un muchacho da origen al elemento más importante de la comida en las comunidades, hace de esta persona alguien muy especial. De hecho, Chikomexochitl es un personaje extraordinario, y esto se da a conocer incluso antes de su nacimiento: la madre de Chikomexochitl se embarazó al tragar una piedra preciosa un día cuando fue al manantial a traer agua. Este milagro manifiesta que el bebé que nació no era nadie común. Algunos dicen que la madre era la Tierra, ella es la tierra madre del que nace el maíz, su hijo. Otros dicen que Chikomexochitl sí tuvo una madre de carne y hueso, pero que a la vez era hijo de los espíritus que viven en el Cerro Sagrado llamado Postektitla, uno de los lugares más importantes dentro de la cosmovisión nahua de la Huasteca.

Cuando Chikomexochitl revive como maíz, la abuela recoge los elotes, los desgrana, y hace masa de nixtamal que tira al río para asegurarse de que no queda rastro de su nieto. Es en el agua en la que Chikomexochitl resucita en forma de persona. Su muerte y resurrección recuerdan el ciclo vital del maíz que se siembra (es decir, entierra) primero para después nacer. En otra ocasión, Chikomexochitl ya había demostrado su capacidad para engendrar la vida cuando resucitó a su padre o, como dicen otros narradores, a su abuelo que había muerto. Al igual que el maíz, el muchacho es un generador de vida.
Chikomexochitl se muestra pues todo un héroe. Él inventó y enseñó la danza, el canto, la música, la palabra (el discurso oral) y la escritura, las técnicas agrícolas, y las demás expresiones de sabiduría y arte. Todas estas expresiones están ligadas a el costumbre, el conjunto de conceptos y prácticas que rigen la vida cotidiana de las comunidades nahuas. Según los nahuas es Chikomexochitl quien enseñó el costumbre, es decir, es él quien les enseñó cómo vivir. Y, aún más importante, el muchacho es la encarnación del maíz. Sin él, hoy no hubiera existido el maíz. Por tanto, se puede entender el relato sobre Chikomexochitl como una referencia a la transición de una época en la que la gente vivía sin cultura hacia un estado de cultura, el cual gira en torno de la existencia y relevancia de la agricultura y el maíz.

En el relato la abuela malvada no queda sin su merecido castigo. Algunas personas relatan que su nieto la quemó en un temazcal, cuando entre los dos hacían una apuesta. Él se metió primero al temazcal y la abuela trató de calentar tanto el fuego que Chikomexochitl se sofocara. Sin embargo, el muchacho salió sano y salvo del temazcal. Cuando le tocó su turno a la abuela, Chikomexochitl prendió un fuego muy alto en el temazcal. La anciana no pudo resistir el calor y se quemó, haciéndola cenizas. En otras versiones la abuela también llega a su final, pero en ellas son animales salvajes o hombres malos quienes la comen en el bosque, después de lo cual quedan solamente unos huesos y sus cenizas.
Las cenizas de la abuela se debieron haber tirado al mar, la “esquina del mundo” como dicen los nahuas. Solamente con los restos en este lugar tan apartado, la humanidad sería resguardada por los actos nocivos de la anciana. Desgraciadamente, las cenizas no llegaron a su destino. La persona encargada de llevar los guajes o cántaros que contenían las cenizas, no acató las instrucciones de mantener cerrados los recipientes. Al destaparlos, se escapó un enjambre de insectos, materialización de la abuela. Así, las cenizas de la abuela de Chikomexochitl tornaron en una muchedumbre de moscas, abejas y avispas, que ahora molestan a la gente y transfieren enfermedades. En casi todos los relatos, el personaje desobediente es un sapo o un hombre que luego se convierte en sapo como condena. Por los múltiples piquetes de los insectos, el anfibio tiene hoy su lomo lleno de granos.

Dicen los nahuas que Chikomexochitl sigue siendo un muchacho que anda vagando en el monte. Tal y como relatan, Chikomexochitl no puede morir, ya que es el maíz y por tanto siempre habrá semilla. Es él quien controla su germinación y maduración. La gente siente un gran respeto hacia el maíz, y esto se expresa en los múltiples rituales que se celebran a lo largo del año para recordar a Chikomexochitl. Tal vez el ritual más vistoso en este respecto es la fiesta comunal que se organiza cada año en varias comunidades, llamada “baile de los elotes”, elotlamanalistli (“poner ofrenda al elote”) o la fiesta de Chikomexochitl. Esta fiesta se celebra a finales de septiembre o principios de octubre, cuando se puede cosechar el maíz tierno. Es en estas fechas cuando, temprano en la mañana, los hombres van a la milpa a traer las primeras canastas de elotes. Al regresar a su hogar, las canastas son colocadas fuera de la casa y se come el almuerzo preparado por las esposas. Luego los hombres hacen un arco de hojas de un arbusto llamado tamalkuauitl, que sirve para pasar debajo de él al interior de la casa y depositar los elotes. Mientras la música de violín y guitarra toca el xochipitsauak, el son ritual que fue inventado por Chikomexochitl, los hombres entran bailando con sus canastas en la espalda. Una vez depositados adentro de la casa, las mujeres ocupan los elotes para preparar xamitl (tamales de elote), atole y elotes cocidos. En la tarde, la gente viste a unos pocos elotes con ropa en miniatura como si fueran muchachos, y los adorna con flores. Con estos muchachos en brazos, tanto los hombres como las mujeres bailan al compás del xochipitsauak. El baile se efectúa dentro de la iglesia y afuera en el atrio. El sacerdote viene a celebrar misa y a bendecir los elotes. Asimismo, un curandero de la comunidad dirige algunas palabras al elote. Después de la misa, los fiscales reparten elotes y atole y el baile sigue hasta altas horas de la noche.

La danza es una expresión religiosa que proporciona una manera de entrar en contacto con el espíritu del maíz para adorarlo, agradecerlo, y pedirle más apoyo para el futuro. De esta forma se renueva la alianza entre el hombre y el espíritu del maíz, y con ello se refuerza y consolida la relación constructiva entre ambos. El esfuerzo físico, el sudor y el cansancio generados por el baile forman parte de las ofrendas, tal y como el incienso, las flores, los rezos y la comida son elementos ofrendados. Efectivamente, el baile es una de las ofrendas más substanciales, ya que a través de él, la gente ofrece su propio cuerpo. La celebración tiene éxito cuando la gente baila “hasta el amanecer”, lo que demuestra que realmente han dado lo mejor de sí por agradecer a Chikomexochitl.

De esta forma, el principal propósito de la fiesta del elote es dejar ofrendas al espíritu del maíz. El verbo nahua tlamana (poner algo en una superficie, ofrendar) conlleva ya este propósito. En el acto que se realiza se agradece al espíritu del maíz el haber conferido otro año más de vida. Tal y como dice uno de los vecinos nahuas:

Pues es una señal de que, por decir que, pues, es la tradición que hacen. Por decir que el elote, el elote cuando ya hay, pues, es nuestra vida, es nuestra fuerza. Entonces por eso hacen como una señal que el elote ya está [...]. Lo van a cuidar durante el año pues.

Todo esto se hace para que Chikomexochitl “se encuentre feliz y contento y nunca nos abandone”. La fiesta es indispensable para contentar a Chikomexochitl, ya que se le atribuye un aspecto tanto constructivo como destructivo. Aunque el muchacho es el maíz y como tal nunca muere, si la gente no trabaja bien, no cuida la milpa, y no hace la fiesta, Chikomexochitl se puede apartar de esa comunidad y habrá mala cosecha o, incluso, hambre. Su aspecto benéfico se expresa a través de cosechas abundantes de maíz. En el momento de haber elote, la gente sabe que va a tener qué comer durante todo un año, “entonces pensamos que es necesario agradecerle, porque él es lo que hace todo [...] para nosotros es importante porque es señal de gratitud.”

Chikomexochitl es la encarnación del maíz, es el elote, el grano. Su relevancia para los nahuas es considerable, ya que la vida cotidiana, en casi todos sus aspectos, gira en torno al maíz. Los nahuas de la Huasteca cultivan el maíz en su milpa y lo venden en el mercado. Ellos comen maíz en forma de tortillas, tamales, atole y otros tipos de comida. También utilizan granos de maíz en los rituales para echar la suerte en caso de querer encontrar la causa de alguna enfermedad. De la misma manera hay muchos usos más de las hojas, la mazorca, los granos y el olote. Por ende, se entiende que la tradición oral sobre el progenitor del maíz contiene relatos considerados muy importantes. Al transmitir la narración de Chikomexochitl, la gente recrea y revaloriza los múltiples temas, eventos, normas y valores que se expresan en estos relatos, mismos que se adecuan constantemente a las nuevas circunstancias que se presentan en la comunidad.

Los textos sobre Chikomexochitl son ejemplos de un relato que narra un cambio de gran impacto en la sociedad. Por tanto, no sorprende observar, que su tema surge en tradiciones orales de otros múltiples pueblos indígenas de México, ya que el origen y la actual existencia del maíz es de vital importancia para todas las sociedades agricultoras en este país. En algunas regiones, se narran relatos muy distintos al de Chikomexochitl. Sin embargo, existen también textos del origen del maíz bastante similares entre pueblos indígenas vecinos tales como los tének, totonacos, tepehuas y otomíes. Incluso, encontramos episodios parecidos del relato sobre el origen del maíz entre pueblos lejanos como por ejemplo los zoques y popolucas de Oaxaca. El vigor de los relatos sobre Chikomexochitl en las comunidades nahuas demuestra el papel vital del maíz como base de la vida indígena actual y su gran importancia para la subsistencia de las comunidades.

Los nahuas llaman kuento a todas las manifestaciones de su narrativa. Los términos kamanaltlajtoli (lit. palabras conversadas) o tlatempoualistli (lit. lo que cuentan los labios) se reconocen como sinónimos, sin embargo, el préstamo del español ha tomado cada vez más el lugar que ocupaban los vocablos en náhuatl. Los relatos de la tradición oral nahua de la Huasteca se cuentan en el momento en que existe algún motivo que propicia su narración, por ejemplo cuando camina por el lugar donde ocurrieron ciertos eventos que se quieren recordar. Se transmiten sin ninguna restricción, es decir, en cualquier momento del día o del año y en cualquier situación interpersonal. Sin embargo, la condición más común se da cuando la gente se reúne para trabajar en faena o de “mano vuelta”, cuando está preparando un ritual o una fiesta, o cuando descansa en su casa en compañía de la familia. En estas ocasiones, un narrador, quien normalmente es un hombre mayor, empieza a contar sobre algún evento del pasado después de habérselo solicitado. Con base en sus intereses del momento, su contexto personal y las versiones escuchadas con anterioridad, esta persona recrea un texto nuevo de acuerdo con el canon literario del grupo, el cual consiste en una serie de reglas sobre la composición, las unidades de contenido, y el estilo de su tradición. Los asistentes escuchan la versión, y a la vez la adornan con comentarios, preguntas, o exclamaciones de sorpresa o de conformidad. De esta forma, la historia es reconstruida y revivida entre todos los presentes, y es durante estas sesiones cuando se pueden apreciar todos los detalles de la representación.

Es así que en casi todos los hogares de habla náhuatl, uno puede escuchar de los padres de familia o los abuelos el relato sobre cómo nació Chikomexochitl y qué hizo para que tengamos maíz en este mundo. Sin embargo, cada persona cuenta el relato a su manera, según lo que ha escuchado y memorizado y según sea su estilo de narrar. Cada narración es una representación única, que en su forma, contexto y contenido exactos no se podrá repetir. Por tanto, el texto que a continuación se presenta es solamente una de tantas versiones que circulan en la Huasteca. Si esta versión no refleja exactamente el relato como uno lo conoce es porque la persona que narra ha escuchado episodios distintos, porque en el momento de relatar se acordó de unos eventos y no de otros, o porque quería platicar de algunas características de Chikomexochitl y no de otras.

 


CHIKOMEXOCHITL
Narrado por: Catalina Hernández
Adaptación: Anuschka Van’t Hooft1

Había un muchacho que estaba en su casa. Su abuela no lo quería ver, ya que ese muchacho hacía muchas cosas. Decían que cantaba, agarraba ramas y hojas de naranjo, hojas de piste, hojas de flores. Y tocaba y hacía una flauta de carrizo. Tocaba y hacía cosas; quebraba un palo y hacía su guitarra o su violín.

Y su abuela no lo quería ver. Su abuela se enojaba, lo mandaba a que fuera lejos, que fuera a traer leña, que fuera lejos, que fuera a ver animales, borregos, gallinas.., cualquier cosa que fuera a ver. Luego él iba, pero iba rápido, hacía esa cosa y cuando regresaba seguía igual. Cuando llegaba a su casa hacía muchas cosas, lo que él quería hacer: bailaba, cantaba, quién sabe qué hacía allí. Luego se enojó su abuela y le dijo:
Me molestas mucho, me estás dando dolor de cabeza. Ya no quiero ver que estés aquí. Mejor vete a otro lado, donde tú quieras.
Pero el muchacho no se va. No se enoja, solamente se calla y ríe, ríe.

Y la abuela ya es muy abuelita, ya no puede andar. Luego ella una vez le dijo y quedó de acuerdo con la acamaya. La anciana fue a verlo, le dijo:
Acamaya, yo voy a mandar a uno de mis nietos que venga. Y aquí, cuando llega mi nieto, lo vas a agarrar y lo vas a comer. Ya no lo vayas a soltar. Mételo debajo de esa piedra, le dijo.

Luego la acamaya le dijo a la anciana que sí. Cuando la anciana regresó le dijo a su nieto, le dijo:
Vete, ve a ver a una acamaya, le dijo, Ve a verla donde está, le dijo.

Luego se fue, el muchacho se fue, fue a ver que había un abismo de agua profunda. Había allí una gran agua profunda. ¿Cómo atravesar el agua ahora que aquí estaba el abismo? Y al otro lado había puras piedras. No sabía cómo atravesarla. Fue a llamar a una tortuga. Le dijo:
Tortuga, ¡ven!, dijo. Luego emergió la tortuga. Le dijo:
¿Qué quieres Chikomexochitl? Entonces le dijo, le contestó:
A mí me manda mi abuela que vaya a ver a la acamaya. Pero ahora, ¿cómo me iré? Es muchísima esta agua. ¿A poco iré encima del agua? No voy a aguantar atravesar esta agua.
−Bueno, no te preocupes, yo te llevaré
, le dijo.

Entonces la tortuga lo cargó, Chikomexochitl se sentó en la espalda. Y lo llevó, un día lo llevó encima del agua. Entonces fue a llegar. Chikomexochitl le preguntó:
−¿Dónde está la acamaya?
−Allá está, si quieres te lo enseño,
le dijo. La tortuga se fue con él, le fue a enseñar donde estaba esa acamaya. Luego el muchacho le fue a llamar, le fue a decir:
−Acamaya, ¿dónde estás?, le dijo.

Luego viene, salió. Trae dos tenazas, muy grandes trae sus tenazas. Le dijo:
−Aquí estoy.

Ahora, Chikomexochitl es inteligente. Agarró, cuando traía su tenaza, agarró una de sus tenazas. Se la agarró bien, le arrancó una de sus tenazas. Luego Chikomexochitl está contento porque había arrancado una de sus tenazas. Allí estaba dos días. Regresó y gritó a la tortuga. Le dijo:
Tortuga, ahora llévame por donde me trajiste. Entonces otra vez subió encima de la tortuga y regresó. La tortuga lo trajo a su casa. Allí en la orilla del río lo fue a dejar.

Entonces Chikomexochitl salió, se fue donde estaba su abuela. Se fue, fue a verla. La abuela le dijo:
No te fuiste, le dijo, ¿no te fuiste donde te mandé? Y yo quiero que te vayas. Ya no quiero que estés aquí, le dijo.
¡Pero sí fui abuela!, le dijo.

Entonces Chikomexochitl le fue a enseñar la tenaza de la acamaya.
Aquí traigo la tenaza de esa acamaya si no me crees que fui. Entonces se la enseñó.
−¿Y cómo lo hiciste?, ¿cómo lo hiciste? ¿Para qué traes la tenaza de la acamaya?
Y yo le había hablado a la acamaya, no más la ibas a ver. Y ahora, ¿para qué traes su tenaza?
Pero como ya le quité su tenaza ahora aquí la traigo.
Bueno..., dijo la abuela.

Y luego allí está, baila, toca, juega, lo que hace allí. Su abuela sigue igual. Lo manda que vaya lejos a cuidar animales, lo manda a que cuide abejas, lejos lo manda. Chikomexochitl se iba pero no tardaba, como se apuraba. Se iba, pero allá baila, muchas cosas hace. Entonces regresa. Su abuela le dice:
Ahora ve a este lugar, le dice. Ve, vete a este lugar. Ahí vas a ir, ahí llegas donde hay una piedra y ahí te vas a sentar. Y allí vas a amanecer, le dice. No vas a regresar. Vas a regresar hasta mañana.

Entonces el muchacho estuvo contento. Se fue donde le había mandado su abuela. Allí llegó, anochece. Había un árbol, ese árbol era grande. Pero el árbol se hizo pequeño. Y de veras se hizo pequeño, no muy grande. Anochece y Chikomexochitl subió arriba en el árbol. Luego el árbol crece grande nuevamente. Y abajo llegaron los hombres malos. Abajo llegaron, Chikomexochitl los vio. Ellos vienen, se juntan, se juntan, quieren comer al muchacho. Pero como Chikomexochitl está arriba no lo pueden comer. Y no lo comieron. Allí está.

Amaneció, amaneció y está allí. Entonces cuando amaneció los hombres malos se fueron. Chikomexochitl bajó; el árbol se hizo otra vez pequeño y Chikomexochitl bajó. Fue a ver a su abuela, le dijo:
Llegué, abuela.
No te fuiste donde yo te mandé, y yo te mandé para que fueras”, dijo. “Pero ahora te irás.

Entonces la abuela le dio de comer, Chikomexochitl comió. Eran las cuatro de la tarde. Otra vez le mandó, le dijo:
Ahora vete otra vez. Ahora vete con tu abuelo, le dijo. Entonces se fue con su abuelo. Siguió a su abuelo, quien le dijo:
Vámonos, tu abuela dijo que nos fuéramos los dos. Es muy enojona, le dijo.

Entonces se fueron. Chikomexochitl siguió a su abuelo. Luego llegaron, anocheció. Otra vez vinieron los hombres malos. Chikomexochitl subió arriba del árbol de nuevo. A su abuelo lo dejó sobre la piedra, donde había una gran piedra.
Tú, siéntate aquí y yo voy a subir allí, le dijo. Yo me voy a ir arriba, le dijo.

Y subió, subió. El árbol se hizo grande. Chikomexochitl estaba viendo a su abuelo donde estaba sentado. Entonces empezó a anochecer. Empezaron a venir los hombres malos. Cuando vieron a su abuelo empezaron a comerlo, empezaron a comer a su abuelo. Acabaron con su abuelo, solo quedaron cenizas. Cenizas y sólo dos de sus huesos estaban tirados. Amaneció y Chikomexochitl trajo un hueso y un poco de cenizas.

Así fue a ver a su abuela. Le dijo:
Regresé, le dijo.
−¿Y tu abuelo?
No sé dónde se haya ido. Aquí traigo uno de sus huesos y un poco de cenizas. Mi abuelo se hizo cenizas.
−Y tú, ¿por qué no te quedaste?

Yo no me quedé, no más mi abuelo se quedó.

Se enojó su abuela. Le mandó que fuera lejos. Le dijo que fuera a traer leña. Chikomexochitl se fue, fue a traer leña. Llegó de regreso y empezó a bailar, bailar adentro de la casa. Y tocó, cantó el Xochipitsauak. Entonces su abuela le dijo:
Ahora vete otra vez, vete donde te mando. Ya no vas a regresar.

Se fue, pero esta vez llevó a su abuela. Su abuela se quedó abajo donde había una piedra. Allí se sentó. Nuevamente Chikomexochitl subió arriba, arriba del árbol estaba. Entonces a la abuela la comieron. Cuando amaneció no estaba su abuela. Sólo puras cenizas quedaron y unos huesos. Chikomexochitl bajó del árbol. Estaba contento y dijo:
Mi abuela ya no quería verme. Ahora ya la comieron también. Ahora sólo sus huesos y su vestido están tirados.

Y trajo al vestido y los huesos, los llevó a casa. Entonces allí estaba en su casa. Llegó contento y se hizo de comer. Comió. Cuando terminó de comer empezó a tocar y bailar. Allí empezó a hacer muchas cosas, como ya nadie le mandaba. Él se manda solo, lo que él quería lo hacía. Bailaba, hizo una flauta de carrizo, bonita la flauta. Y así hizo, empezó a tocar y bailar. E hizo un sombrero. Así hizo. Entonces estaba en la casa.

Pero Chikomexochitl salió, se fue. Andaba no más en el monte. Ya no está dentro de la casa. Solo en el monte anda, anda, anda, el que hizo la canción que se llama Xochipitsauak. Se acabó.

1 Los relatos de la tradición oral se aprecian mejor y se disfrutan más al leerlos en voz alta (o, mejor aún, narrarlos) a familiares y amistades.


Tomado de: www.destiempos.com/n15/hooft.pdf


 


DIA DE LAS MADRES
(Brasil Acosta Peña)
 
Mayo se conoce como “el mes de las madres”, pues al cumplirse sus primeros 10 días se hace una importante celebración a la mujer que nos llevó en sus entrañas y sin cuyo espíritu humanista, de desprendimiento y abnegación no hubiéramos podido sobrevivir. Somos prácticamente la única especie que no lo logra sin los cuidados de la madre: el caballo recién nacido anda de pie en breve; el cabrito, lo mismo; sin embargo, el hombre ha de pasar un año o más, según sea el caso, antes que pueda caminar por sí solo, de tal suerte que sin la madre la supervivencia sería imposible.
 
La celebración a la madre tiene sus orígenes en la cultura griega antigua, en la cual se rendían honores a Rea, la madre de Zeus, Poseidón, Hades…Más tarde, los romanos adoptaron esta celebración y la llamaron “Hilaria” (fiesta). Cada 15 de marzo festejaban en el Templo de Cibeles (o de Magna Mater), ubicado en el monte Palatino en Roma.
 
Por su parte, el culto católico transformó dichas celebraciones grecorromanas para honrar a la Virgen María en las fiestas que hacen en honor de la Inmaculada Concepción cada 8 de diciembre; por cierto, los panameños celebran a las madres en esta fecha.
 
En el siglo XVII, en Inglaterra, se hacía una celebración similar en la que los niños llevaban presentes a sus madres al término de la misa, y los señores acaudalados que tenían trabajadores en sus fincas les daban un domingo libre para que festejaran a sus madres.
 
En 1870 la activista norteamericana Julia Ward Howe escribió la Proclama del Día de las Madres y en 1873 se llevaron a cabo congresos para celebrarlas en 18 ciudades norteamericanas, siguiendo el ejemplo de Julia Ward.
 
 Ana María Jarvis (hija), nacida en Virginia Occidental, Estados Unidos, fue la fundadora del Día de las Madres en su país; dos años después de la muerte de su madre, el 12 de mayo de 1907, organizó una fiesta conmemorativa y realizó una intensa campaña para que se volviera tradición. Siete años más tarde el Presidente Woodrow Wilson hizo suya la iniciativa y promovió la celebración, como única y nacional, para cada segundo domingo de mayo.
 
En 1920, cuando Ana María Jarvis se percató del giro comercial que había tomado la celebración que ella había propuesto (es decir, al darse cuenta de que se orientaba al consumo de mercancías para convertirlas en regalos y hacer el gasto a las empresas), se manifestó en contra, y esto la llevó a un arresto policiaco por “alterar el orden público”. Se oponía, particularmente, al negocio de las tarjetas impresas que se enviaban a las madres: “Una tarjeta impresa no significa más que se es demasiado indolente para escribirle de puño y letra a la mujer que ha hecho por uno más que nadie en el mundo”, decía Jarvis.
 
No obstante lo anterior, la aplanadora comercial y las inmensas ganancias que la celebración de las madres da a las empresas han ganado la batalla en Estados Unidos y en gran parte del mundo, así que el festejo ahora se constriñe a la adquisición de un regalo porque, supuestamente, “el puro amor” no basta, y la falta de un obsequio material se interpreta como signo de que no se aprecia a la madre “como se debe”.
 
Se dice que el festejo se instituyó en México tras la convocatoria del periodista Rafael Alducín Bedolla, fundador del periódico Excélsior, quien el 13 de abril de 1922 invitó a los lectores de ese diario a que propusieran un día para celebrar a las madres. La fecha elegida fue el 10 de mayo, y la primera celebración se hizo ese mismo año.
 
Lamentablemente, en nuestro país también se ha comercializado el festejo: predominan la adquisición de productos y las “toneladas” de publicidad para que la gente adquiera bienes y los “regale” a sus mamacitas.
 
Para que se pueda decir que en realidad se celebra a la madre, no basta con un regalo al año, pues eso desvirtúa el lugar que ella ocupa en la sociedad; una verdadera celebración a la madre consiste en la organización y construcción de una nueva sociedad productiva y distributiva, de tal suerte que la madre no sufra por ver qué han de comer sus hijos, porque ella o su pareja no tengan empleo o porque el salario que reciben no es tan remunerador como dice la Constitución que debería ser. Además, la madre debe tener la seguridad de que sus hijos reciben una educación adecuada y que pueden acceder a los servicios de salud y a medicinas de calidad, al recreo y al esparcimiento, a la cultura y al deporte.
 
Finalmente, debe garantizarse la seguridad de la niñez para que ninguna madre pase por lo que recientemente sufrió la madre de la pequeñita texcocana Valeria, quien fue secuestrada a consecuencia de la inseguridad que priva en el municipio y en el país en general. Entonces, debemos trabajar para garantizar una vida mejor a las madres mexicanas.Ése será el mejor regalo.
 
Dejo, para celebrar a nuestra manera a las madres mexicanas, un poema de Nezahualcóyotl, el huey tlatoani texcocano, que dedicó a su madrecita (la voz náhuatl nonantzin significa madrecita):
 

Nonantzin,
ihcuac nehuatl nimiquiz
xinechtoca motlecuilco;
huan queman ticchihuaz motlaxcal
xinechchoquilli;
huan tla aca mitztlatlaniz
A, nonantzin, ¿tlehica tichoca?,
xinanquilli:
In cuahuitl xoxohuic
ihuan in poctli nechohtia.
 
Madrecita,
cuando yo muera
entiérrame bajo tu fogón;
cuando hagas tus tortillas
llora por mí,
y si alguien te pregunta:
Ah, madrecita, ¿por qué lloras?,
respóndeles
que la leña está verde
y el humo te hace llorar.

 
 
 
Tomado de: Revista Buzos de la Noticia. Año 14. No 559

 

 



 

CAPITALISMO Y DELINCUENCIA
(Abel Pérez Zamorano, Dr. en Desarrollo Económico por la London School of Economics)
 
Los gobiernos de Estados Unidos, Europa y sus satélites presumen de una moral inmaculada y  un acrisolado espíritu legalista, y en México, el cliché favorito de los gobernantes es que “nadie está por encima de la ley”; todo como si fueran el templo de la legalidad y el respeto a los débiles. Pero esta propaganda dista mucho de la realidad, y sobre ello nos ilustra con toda crudeza un artículo firmado por Peter Andreas (profesor en la Universidad de Brown), publicado en la revista Foreign Affairs de marzo-abril de 2013, y al que titula ´Gangster´s Paradise: The Untold History of the United States and International Crime` (El paraíso de los gángsters: la historia no contada de Estados Unidos y el crimen internacional). Comparto con usted algunos de los pasajes más sobresalientes de ese trabajo.
 

De entrada, se refiere a la preocupación expresada en los medios sobre el crecimiento de la delincuencia a escala global; dice que: “Este sentimiento es compartido por la oficina sobre drogas y crimen de la Organización de las Naciones Unidas, la cual en 2010 declaró que el crimen organizado se ha globalizado y convertido en uno de los principales poderes  económicos y armados” (p. 22). Y agrega que, aparentemente motivados por esa preocupación: “En décadas recientes, Estados Unidos ha exportado agresiva y exitosamente su agenda de combate al crimen y han promovido sus prácticas contra el contrabando en otros países…” (p. 22). Y como resultado: “…Estados Unidos se ha convertido en el líder carcelero mundial, con más personas encerradas por violación a las leyes antidrogas que el total de la población penitenciaria de toda Europa occidental por todos los delitos combinados”. (p. 22).
 
Particularizando, aborda el problema migratorio diciendo que ante la oleada de inmigrantes que pretenden cruzar la frontera con México, en la década de los años 90 Washington duplicó los efectivos de la patrulla fronteriza, y en la última década volvió a duplicarlos, agregando a eso el reforzamiento de la tecnología de monitoreo, como los temibles aviones Dron no tripulados, que matan accionados a control remoto. Y por si fuera poco, añade Andreas que el año pasado la administración Obama destinó a la aplicación de la ley antiinmigrantes una suma superior a la aplicada a hacer valer todas las demás leyes juntas. Pero en flagrante contradicción con esta política de militarización (y de la violencia fronteriza del lado mexicano, no señalada por el autor, A.P.Z.), que sugiere que los malos vienen de fuera, dice sobre el problema transfronterizo que: “… lejos de ser una víctima pasiva, Estados Unidos ha fomentado la tradición del comercio ilícito como ningún otro país en el mundo. Desde su fundación… han tenido una íntima relación con el comercio clandestino, y el capitalismo del contrabando fue parte integrante del ascenso de su economía… Los americanos deben entender y reconocer la propia historia de su país de complicidad en el comercio ilícito” (pp. 23-24). Es decir, exactamente lo contrario del actual
discurso oficial.
 
 Aborda luego, más al detalle, el origen de grandes fortunas norteamericanas, vinculado, dice, a actividades ilegales: “Mucho después de la independencia del país, el comercio ilícito continuó jugando un papel fundamental en el ascenso de Estados Unidos en la escena global…” (p. 26). De ahí surgieron algunas de las fortunas más grandes, como la de John Jacob Astor, “el primer multimillonario norteamericano”, el hombre más rico del país allá por 1848. Lo califica como un connotado contrabandista de opio al lejano oriente, y de alcohol con los nativos mericanos. Stephen Girard, magnate estadounidense de los más ricos, dice Andreas, fue también contrabandista de opio en China. Y concluye al respecto que: “La gran ironía es que un país que nació y creció a través del contrabando es hoy el líder mundial en la cruzada contra el contrabando” (p. 28). Revela con ello la inconsistencia de la pretendida imagen de legalista y respetable, que los medios pretenden darnos sobre el éxito económico norteamericano.
 
Aborda Andreas otra manifestación de la delincuencia internacional: los derechos de propiedad intelectual y la piratería; al respecto destaca, no sin ironía, las furibundas críticas del Gobierno norteamericano a las prácticas de China, tildadas de desleales; pero advierte que: “Los americanos han olvidado convenientemente que cuando los Estados Unidos empezaron a industrializarse, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, los padres fundadores, como Alexander Hamilton, estimularon entusiastamente la piratería intelectual y el contrabando de tecnología, especialmente en la industria textil” (p. 24). Cita un reporte de Hamilton donde admite que si, para industrializar a Estados Unidos se requería violar las leyes de otros países, había que hacerlo. A título de ejemplo, añade que en el siglo XIX en Estados Unidos se hacían, a ciencia y paciencia del gobierno, publicaciones piratas de obras de autores ingleses como Dickens, y que las leyes estadounidenses ignoraban reiteradamente la legislación internacional sobre derechos de propiedad intelectual; así fue, dice, hasta que sus propios autores, como Mark Twain, fueron a su vez víctimas de aquellas prácticas. De tal manera, dice Andreas, lo que hoy hace China con los derechos intelectuales de los americanos es sólo la versión moderna de lo que éstos hicieron, a su vez, al industrializarse.
 
 A lo dicho por el autor debe agregarse que, en su industrialización, la propia Inglaterra violó toda legislación internacional. Ahora hasta folklóricos y simpáticos resultan los piratas del Caribe,  corsarios como Raleigh y Sir Francis Drake a finales del siglo XVI, y luego otros durante el XVII, amparados en licencia para robar, expedida por la propia corona, fueron el azote de la navegación trasatlántica. Asimismo, en el siglo XIX Inglaterra hizo la famosa Guerra del Opio (1839-42, y 1856-60 ) contra China, para obligarle a abrir su mercado a la droga producida en las colonias británicas orientales (hoy Afganistán sigue siendo campeón en esa industria). Aliada con Francia en el segundo episodio del conflicto, logró introducir la droga, y se apropió de Hong Kong.
 
Lo que sorprende es que hoy, los mismos países cuyas economías fueron construidas mediante esos recursos non sanctos, nos dan lecciones de ética y legalidad, se erigen en adalides de la honorabilidad y el combate al crimen, y enganchan a su carro de guerra a países como el nuestro; y mientras ellos recogen las ganancias, a nosotros nos imponen la obligación de poner los muertos. Es claro asimismo que, desmintiendo la imagen idílica de un capitalismo hijo de la laboriosidad y el ahorro, muchas grandes fortunas y el poderío mismo de las potencias occidentales dominantes surgieron de la violencia, el saqueo y el abuso sobre los países débiles.
 
Tomado de: Revista Buzos de la noticia. Año 14, No. 557

© 2025 ixtac.mex.tl